lunes, 21 de abril de 2014

La carta que aún esperan

En 1996,  cuando mi hermana Margarita* estuvo ingresada en la sala de terapia intensiva, en el Hospital provincial Carlos Manuel de Céspedes,  en Bayamo,  Cuba, escuché una historia  que  quisiera compartir.
“Llevo  muchos  años escribiendo cartas a Gunna,  él es de Laos,  estudiaba en la Universidad de Granma, aquí en Bayamo,  nos enamoramos  y nos casamos, pero  regresó a su país cuando terminó la carrera de Ingeniería Agrónoma,     dejando a su hijo de dos meses de nacido, a quien le pusimos también Gunna.
“Aquí quedamos los dos   esperándolo, nunca  más supe de él,  a veces pienso que murió, pues no imagino a Gunna  sin saber de nosotros, lo busqué hasta la saciedad para decirle a mi hijo, que hice todo lo que pude para acercarlo a su padre,  ya no se trataba de la relación de pareja, era algo  más grande, le mandaba fotos, de cada mes de vida…”, así comentaba una excelente profesional, enfermera, fiel esposa,  compañera  y  amiga a quien todos siempre le daban la esperanza de que algún día recibiría  tan siquiera una carta.
Cuando hablaba de aquella relación sus ojos se llenaban de brillo y de tristeza,  era su primera experiencia como mamá, su primer hijo… por su cabeza pasaban miles de pensamientos, y  todos la escuchábamos con atención como si se tratara de una    novela.
Hoy la encuentro  en la casa de mi manicura Amelia, y parece como si no hubiese pasado el tiempo, hace más o menos 18 años, sus mismos ojos llenos de lágrimas al recordar esa historia,   pero  con un sabor diferente, esta  vez  ya Gunna, su  hijo, es un joven profesional, trabajador  consagrado, excelente hijo, respetuoso…  educado bajo los principios de la Revolución cubana, el ejemplo de su madre y de sus amados  abuelos, un joven que  quizás desee en su interior, aunque parezca tarde, decir tan siquiera por instinto, padre, o tal vez,  gracias por mi existencia,  soy a pesar de todo un joven, cubano, y muy feliz.
*fallecida.

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